Pobre del que viva sin recuerdos, que no se aferre a cada detalle de la niñez o de otra etapa de su existencia, además de vivir el presente intensamente.
A pesar de ser hija única, nunca fui una niña común y corriente, una hijita de mamá y papá engreída y malcriada, eso sí, era bien traviesa y mis amistades siempre preferí que fueran varones. Los campos de tabaco fueron testigos de correrías, de regaños de mi mamá por llegar con el pelo endurecido de la melusa del tabaco y el río surtía un efecto de magia en mí. Sigue leyendo